Valor vacuo, acuoso, descafeinado. Recurso efectista de ventaja frente a un público por antonomasia reactivo, de eso hablábamos en la anterior parte de este ensayo sobre tauromaquia contemporánea.
Tendremos que aplicar las divagaciones a las faenas de R.R. y, analizando, encontrar ese mando del que terminaba hablando la pasada ocasión, opacado por el tremendismo del inércico torero.
Son precisamente los alardes de valor puntuales, temerarios, los predominantes en las faenas de muleta de Roca Rey, muy variados ciertamente, no está escaso de recursos efectistas el muchacho y sabe perfectamente cuándo usarlos. Es como si le invadiese una pantasma y lo manejase como un muñeco. Vemos en esos momentos a su alter ego, que llamaremos Stone King, extranjero en el Planeta de los Toros, tanto que habla un idioma diferente al del toreo. Puede equipararse el caso al
del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, sólo que nuestro sujeto de estudio aparece en dos momentos puntuales en la mayor parte de sus faenas: en la primera y en la última o dos últimas tandas. Claro, por eso se alarga tantísimo y acaban por echarle toros al corral, porque si resulta que en una faena tienen que intervenir dos matadores haciendo sus correspondientes medias faenas cada uno, apaga y vámonos. Total, que nos encontramos esta estructura en sus faenas de forma habitual: una tanda de adornos generalmente por alto, con un pase cambiado por la espalda o varios en los medios que levantan de primeras al público y lo dejan expectante. Tres o cuatro tandas de derechazos y naturales que suelen ser la mitad de aclamados que la primera tanda, y remata con una o dos tandas de adornos complementarios: bernadinas, manoletinas, estatuarios… que vuelven a levantar al público, acabando la faena metido entre los pitones
donde el toro no puede verle. Remata la faena con estocada aliviada y tapándole la vista al toro, sin torear, y por lo general cuarteando, eso cuando no pincha repetidas veces, precisamente por tirarse mal. No llega al balconing que hacía El Juli, pero todo se andará. Aún me dirá alguien: a veces mata los toros bien. Bien no, los mata de forma efectiva por la misma razón por la que un reloj parado da bien la hora dos veces al día, pero no es R.R. un buen matador de toros.
O sea que, R.R. y S.K. comparten faenas. Hombre y personaje setrurnan en la cara del toro, y ojalá viésemos más al hombre. Es el toreo de Roca Rey un toreo de un poder que raya el nivel de los mejores
domadores de toros de la historia, y en apenas dos tandas los toros suelen acabarle rajados. Esta feria, aún habiéndose dejado un toro de dos orejas de Mayalde (el tercero de ese día), y otro toro vivo (el quinto de ese día), nos lo ha demostrado a los que sabemos ver a los toreros más allá de las payasadas que lleguen a hacer en la cara de los toros, y su faena cumbre ha sido la del difícil sexto de Victoriano del Río el día. Le duró el toro dos tandas, la primera de adornos y una por derechazos, y acabó el toro reventado. Le sacó, en cinco tandas que fueron, unos 15 pases excelentes entre derechazos y naturales, pero acabó con lo de siempre y emborronó la maravilla que había hecho. Por eso las mejores tardes de R.R. son aquellas en las que S.K. se esconde tras el hombre, en las que el tremendismo se esconde tras el toreo y le cede su sitio. Con Victorinos en Sevilla lo demostró, y con Adolfos en Madrid en 2018, aquel famoso año del bombo, también. Dejándose ambos días de tonterías, valor y demás simulaciones de mojigangas, y vimos definitivamente al torero que podría ser, de una dimensión descomunal, pero que S.K. nos priva de ello cada tarde que R.R. se acartela con las reses fáciles y bobaliconas con las que suele acartelarse. Ya me gustaría a mi verlo con toros de Santi Domecq, por ejemplo, o con Miuras para variar, o Valdellanes, o Rehuelgas, o… anda que no tiene campo bravo para elegir. Lo que está claro para los que saben ver toros, no para el público, es que el toro flojo y amorcillado, noble sin fuerza, no es su toro. Porque, además, es un torero que templa mucho los toros cuando quiere mandarlos, los lleva obligados a milímetros de la muleta y, aunque abusa del pico, es capaz de recogerlos pese a írsele fuera, de ahí que los reviente, que veamos medias faenas en vez de faenas enteras rotundas, y que el toro flojo que acaba acochinado y pidiéndole el cambio al árbitro termine absolutamente inservible para ayudar mínimamente en la suerte de matar o siquiera en las últimas tandas, por ello acaba recurriendo de nuevo a ese remendismo inútil frente a un toro que sólo tiene fuerzas para pasar, no para embestir, y acaba revolcándose en los aplausos de la gente, que premian esa máscara de valor frente a un toro absolutamente podido y noble. Ejemplo de tarde donde el Señorito decide ponerse a torear ha sido su
reciente triunfo en Pamplona con los Jandilla, corrida en la que no escatimó su toreo fundamental con la muleta y, mayormente, se dejó de niñerías. Claro que en Pamplona triunfa hasta Cayetano, pobre hombre,
donde R.R. debe prodigar ese toreo es en Madrid.
Lo que podríamos ver y no vemos, lo que nos priva de ver Roca Rey de su toreo, es precisamente lo que más valor tiene de toda su tauromaquia. Nos vende el sucedáneo de toreo, el surimi de la alimentación taurina, y, como la ranchera, nos da su verdad era dimensión cuando se le antoja, y últimamente se le está antojando cada seis años ni más ni menos. Creo que podemos decir que Roca Rey es un gran torero, pero cuando quiere, y que si realmente pretende dejar huella en el toreo y darnos una nueva época esplendorosa como los años 80 debe dejarse de tonterías de novillero adolescente y ponerse realmente en figura del toreo, y empezar a torearlo todo, con todos, y entonces podremos decir que, efectivamente, es el primer gran torero posmoderno. En caso contrario acabará siendo uno más. Mientras tanto,yo, seguiré siendo antimonárquico, al menos en la plaza.
R. A. M. M.