Joaquín Rodríguez Ortega conocido como Cagancho (Sevilla, 17 de febrero de 1903-México, 1 de enero de 19841), fue un matador de toros español gitano, cuyo estilo de toreo de grandes genialidades y numerosas espantadas hizo de él un personaje de leyenda.
Joaquín Rodríguez nació en el barrio sevillano de Triana, nieto de un cantaor de flamenco e hijo de un herrero. Toreó la primera vaquilla cuando tenía quince años, debutó de luces en San Fernando, cuando tenía veinte, y un año después se presentaba en la Maestranza de Sevilla, en una novillada nocturna. Durante esta etapa de novillero, Cagancho se hizo famoso en 1926 en Barcelona y causó sensación en Madrid, al torear con el capote con las manos bajas, algo hasta entonces desusado. De gran elegancia, Cagancho también fue apodado el gitano de los ojos verdes.
Fue en abril de 1927 cuando Rafael Gómez «El Gallo» le dio la alternativa en Murcia y durante la misma temporada Valencia II se la confirmó en Madrid. Fue por entonces, durante los últimos años de la década de los veinte cuando consiguió los mejores momentos, con una innata exuberancia de su arte y el conocimiento de los cánones de la tauromaquia.
En diciembre de 1928 toreó por primera vez en el país que un cuarto de siglo después le despediría de los ruedos, México, haciendo una faena memorable. Allí cosecharía sus mayores éxitos a lo largo de una carrera que, en general, fue en decadencia, con momentos de gran brillantez en contadas ocasiones. Sin embargo, esos brotes eran de tal genialidad, que de nuevo resurgía como figura cumbre y exclusiva.
Cagancho volvió a la plaza de Las Ventas al final de su carrera, obsequiando a la afición con un recital de majestuosos lances a la verónica . Se retiró en la temporada 1953-54 en México, donde se afincó y vivió el resto de su vida.
Joaquín Rodríguez murió, consecuencia de un cáncer de pulmón, en el Sanatorio Español de la capital mexicana, a la edad de 81 años.
El mito de Cagancho
Cagancho combinó grandes tardes de toreo inimitable, que con el capote alcanzaba calidades estéticas sorprendentes con aún más aciagas tardes, algunas de las cuales acababan en la comisaría de la Guardia Civil, con el torero en prisión preventiva y los toros en el corral.
Estos contrastes le valieron para generar sobre sí un mito, así como para crear expresiones que han pervivido en la memoria popular, convirtiéndose en chascarrillos habituales aún casi un siglo después.
Quedar como Cagancho…
No es difícil hoy en día escuchar la expresión: «quedar como Cagancho en Las Ventas», «armar la de cagancho en las Ventas» o «quedar como Cagancho en Almagro». En Andalucía Occidental es muy frecuente escuchar «quedar como Cagancho en Priego».
Estas expresiones generalmente se utilizan como sinónimo de hacer las cosas verdaderamente mal y en público, si bien en ocasiones se utilizan para significar todo lo contrario. Por ejemplo, en varias novelas de Miguel Delibes sus personajes utilizan la expresión «una ovación, que ni Cagancho».
Fue en agosto de 1927 cuando se anunció la corrida que del día 25 torearía el maestro en Almagro (Ciudad Real). Formaban terna con Cagancho Antonio Márquez y Manuel del Pozo, Rayito. Según parece ese día Cagancho fue desganado y cobarde, pinchando al tercer toro, y primero suyo, a la hora de matar en el cuello, y después en el brazuelo, lugares ambos absolutamente vedados.
Peor suerte corrió con su segundo toro, el sexto de la tarde, mucho más bravo. Tras el tercer aviso, signo de que el toro es devuelto al corral porque el torero es incapaz de matarlo, sonó mientras Cagancho seguía intentando matar al animal sin salir de la barrera. Lo hacía pinchándole en los costados, en los brazuelos, en cualquier lugar menos allí donde ha de hacerse según marca el arte de Cúchares. Aquellos de los subalternos que se atrevían a saltar a la arena lo hacían con sus espadas debajo de las muletas, se acercaban al toro y le pinchaban también alevosamente, en cualquier parte. Se dice que a aquel toro no lo mataron; lo asesinaron.
Así pues, el torero salió con la Guardia Civil, habiendo tenido que intervenir incluso un destacamento de Caballería del Ejército, para apaciguar los ánimos de un tendido en el que hubo una de las mayores broncas de la historia.
De esta forma relata la crónica de ABC los toros de Cagancho (tercero y sexto): «Tercero. Colorao, bragao y recogido de cuernos. Cagancho emplea varios telonazos al recogerlo, pero sin exposición; luego, en un quite, sale apuradillo. Hay un puyazo monumental de Catalino. Rafaelillo y Guerrilla palitroquean bien. Cagancho sufre en el primer pase una colada. Muletea aliñado y distanciadísimo, empleando pases sin ligar. Entre una bronca, da un pinchazo, echándose fuera descaradamente; otro igual; otro. (Monumental bronca.) Otro cuarteando feamente; otro. (Gran escándalo.) Otra puñalada; cinco intentos de descabello por Cagancho. (Enorme bronca.) Guerrilla apuñala al toro a la primera.» «Sexto. Grande y con buenas defensas. De salida siembra el pánico entre la torería. Cagancho huye, y el público protesta ruidosamente. Mal picado y peor banderilleado, pasa a manos de Cagancho. La faena de este torero incomprensible es un espectáculo lamentable. Huye ante el toro, pincha como puede y donde puede, agujereando al bicho por todas partes, presa en todo momento de un pánico indescriptible. La bronca es ensordecedora. Suena un aviso, y Cagancho, harto de pinchar, toma la barrera, e intenta marcharse. El público le apostrofa. Rayito descabella, y Cagancho es conducido a la cárcel, en medio de una gritera inenarrable. No puede darse nada más vergonzoso.
Así pues, a partir de ese momento se comenzó a decir «quedar como Cagancho en Almagro».
Sin embargo, no es correcto utilizar la expresión «quedar como Cagancho en las Ventas» en el mismo sentido que la expresión anterior, pues al contrario que en ese caso, sus faenas en la plaza madrileña fueron memorables. Es por tanto adecuado decir «armar la de Cagancho en las Ventas» en sentido positivo.