14 de mayo de 2025

Patio de arrastre (XII): Como alcalde vuestro que soy…

“¡Lo que yo he unido en la tierra, no lo separa ni Dios en el cielo!” gritaba impotente el padre Calvo, encarnado genialmente por Agustín González en la película de Berlanga, ante los desvaríos amorosos del hijo del Marqués de Leguineche. Blasfemando un cura ni más ni menos. Pero cualquiera diría ¿Qué tiene que ver una ácida comedia con los toros de este domingo? La verdad es que muy poco, sólo quizá lo absurdo (como mucho del humor de la película) que resulta cada tarde ir a la localidad de uno para ver una y otra vez: malos puyazos, toros de bandera desaprovechados, casta desperdiciada y las aviesas intenciones de los profesionales de no cambiar esa tónica. En fin, que la completísima corrida de Saltillo la vimos medio muerta en manos de tres pobres hombres que mucho hicieron y de seis obuseros de la 4ª división panzer de la Wehrmacht. Pero la vimos, y fue un corridón de toros. Hasta cinco toros interesantes, cuatro de ellos buenos.

Dos de esos cuatro fueron superiores: Millorquito, nº37, y Presidiario I, nº36. El primero por duro y el segundo por bravo, ambos encastados.

Empezó la tarde con un minuto de silencio en memoria de Su Santidad Francisco I, buen gesto por parte de la empresa, y seguidamente resonó de nuevo Gallito hasta el toque de timbales. Qué buena decisión ha sido instaurar este pasodoble como el que abre plaza. Salió el primero: Presidiario II, nº25. Toro “feote” de cara pero grandón, serio y en tipo de Saltillo. Cristóbal Reyes, vestido de un precioso corinto y oro, se puso a porta gayola (más bien una larga de rodillas en el tercio) y, de tan largo que se puso, el toro no le vio y pasó de él. El sitio está en la segunda raya.

Como el sitio está también en el morrillo del toro, el sitio de picar digo, y se empeña esta gente en picarlos cuando no en la cruz, detrás de ella. No vemos ya que los toros acaben sin la divisa, que ha acabado rota en algún puyazo. Claro que, como todo, lo hacen a sabiendas pues se hace más daño picando en un hueso que en una bola de músculo puro y duro. En este caso fue Fco. Javier Ortiz el que se disfrazó de matador, pero podría haber sido cualquier otro. Total, que el toro llega con la boca abierta a la muleta y se viene algo abajo, aguantando a media altura. Nobletón, algo revoltoso y defensivo por el derecho, pero sin comerse a nadie. Cristóbal Reyes, que confirmaba con este toro, estuvo correcto y a la altura, y algún que otro pase bueno le vimos. No muchos, pero no nos dejó con las ganas. Dos pinchazos arriba, media estocada tendida, tres descabellos y dos avisos, y nos adentramos en la selva que fue el segundo toro. Millorquito, nº37. Un toro negro, muy bien armado, serio a rabiar, cinqueño. A menos en el
caballo, muy mal picado también, pero se repuso y sacó poder en banderillas. En la muleta poderoso, peligroso y fiero. Toro de los que, si se tiene cabeza, te ponen a funcionar en estas corridas. Pero necesitaba una muleta de mando y el pobre Javier Castaño, al que sacamos a saludar tras romper el paseíllo, no está ya para estos derroches de técnica. Medroso, el torero le hizo lo que pudo y lo pasaportó de una estocada trasera tendida.

Millorquito se tragó la muerte y aguantó dos buenos minutos el frío acero en su lomo. ¡Qué bella es la muerte del toro! Pensé, al ver a este toro morir, en lo solitario del trance y en lo gallardo que resulta crecerse como Millorquito, sabedor seguro en ese momento de sus últimos minutos. Fue un toro excepcional por duro, y al que esto escribe le gustó. De otro pelo, cárdeno claro, fue Chinito, nº33, otro toro muy serio, como toda la corrida.

Fue manso en el caballo, saliendo suelto y sin emplearse ni un poco. Excepcionalmente mal picado por Antonio Peralta, que desde luego no maneja el caballo como el Centauro de la Puebla. Mermado de fuerzas, pedía todo por abajo pero se caía, y en esa media altura por donde le soportaban los remos no era nada del otro mundo. Eso sí, repetidor, pronto y noble. Luis Gerpe, el tercero en discordia y que escogió un verde manzana y oro francamente feo, estuvo con él bastante correcto, que para lo que tenía delante (gracias a su picador) no estaba mal. Y como es un estilista del volapié, se perfiló muy en corto y matando desde el pecho.

Estocada pescuecera tendida y otra entera arriba bien colocada. ¡Así se matan los toros! Dos avisos.
El cuarto fue un buey de 600 kilos, y le pesaron. Astador, nº10, otro cárdeno que se empleó a medias en el caballo, o sea, con un solo pitón. En la muleta se vino abajo y le pesaron los kilos, costándole a Castaño sudores fríos para moverlo de primeras. Una vez en la inercia era defensivo y de viaje corto, algo revoltoso por momentos, y con la cara alta todo el rato.

Dos pinchazos. Estocada trasera y caída. Pinchazo. Cinco descabellos. Y fin del toro, pese a todo, con la boca cerrada. Nueva nota de clarín, desgarrada y penetrante rompe el aire en esa vibrante puñalada que
Manuel Machado pintó en su poema La Fiesta Nacional. Sale Presidiario I, nº36. Fino de piel y de cabos, bien armado, cárdeno. Una pintura, además de verdad, del encaste Saltillo. Y, en este caso, fue una pintura de valor desorbitado. Bravísimo en el caballo. Siempre a más, empleándose en tres puyazos, con la cara abajo y recargando. El tercero arrancándose de largo.

Pronto y codicioso en la muleta de Gerpe. Humillador. Encastado. Con el peligro y el poder que emanan de la bravura. Un toro de consagración en definitiva, al que deberían haberle dado la vuelta al ruedo. A Luis Gerpe se le fue, y aunque después de un golpetazo en los medios que le dejó medio atontado se puso firme y sin vacilar, después de una vibrante tanda volvió a no estarse quieto y darle medios mantazos como vino haciendo toda la faena. Estocada entera algo desprendida. De nuevo ¡Qué bien mata este hombre! Pero Presidiario I ganó la partida y murió con la boca cerrada.

Un gran toro. El “cierraplaza” fue un buena gente, Relamido, nº48. Cumplió con lo justo en varas, apretando en tres puyazos criminales de Helder Pires. En la muleta: noble, pronto y repetidor, pero algo descastado. Reyes con este rayó a una altura considerable por momentos, toreando despacio y a gusto, pero al toro le faltaba esa emoción para entrar en faena. Media estocada arriba. Cinco pinchazos arriba. Estocada entera tras dos avisos. Menciones aparte merece Iván García que nos ha ofrecido una tarde con los palos y con el capote bregando que sólo está al alcance de los mejores.

Más sangre que oro, poca seda y mucho sol, siguiendo con Machado, podría ser el resumen de la tarde. Tarde grande de toros, corta de toreros y terriblemente mala de picadores, una vez más. Retomando el imaginario de Berlanga, ahora se me viene a la mente El Verdugo. Y me he acordado sobre todo de ese fotograma en que por un patio diáfano blanco llevan al verdugo obligado hacia el cumplimiento de su trabajo: ejecutar a una mujer. Me ha recordado esto porque me vuelve a la cabeza esa soledad de la que hablaba antes con Millorquito, que aunque en el fotograma aparecen hasta trece personas y en el ruedo había cuatro, la sensación de desamparo se hace muy presente en ambas situaciones. En la primera: desamparo del ejecutor. En la segunda: desamparo de la víctima. Con una diferencia, que en el ruedo el toro muriendo se hace grande y el verdugo, en la película, se hace muy pequeño.

R. A. M. M.

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