6 de julio de 2024

Patio de Arrastre (I): San Isidro ¡Qué bonito eres!

Vuelve la Feria por San Isidro. Y vuelve uno, tras un descanso, a una plaza de toros, a la plaza de toros por antonomasia: Las Ventas. Y, francamente, la Feria este año ha llegado con carteles sin rematar pero con interés en una mayoría de casos —rara avis en los últimos años—. Llevo cuatro tardes de momento: 10, 16, 17 y 19 —Alcurrucén, Victoriano del Río, La Quinta y Miura respectivamente—, y lo cierto es que he salido con la afición satisfecha todos los días. Por eso, por no amargarnos, hablaré sólo de lo que me llenó de emoción cada tarde.

La de Alcurrucén, primera de Feria, fue una mansada en cuanto al ganado. Infumable la corrida de los Lozano. Ahora bien, a Dios gracias que estaba ahí Morante para alegrarnos la vida. No todo el mundo lo sabe apreciar, y en Madrid menos, pero a mi cuando un torero es capaz de abstraerse de absolutamente todo lo que un público le diga y que, encima, haga lo que bien le parezca con cierta gracia y con cierto duende me gusta. Demuestra personalidad, y con la personalidad de Morante me quedo, especialmente con esas dos tandas al primero de su lote y esa única tanda que le pegó al colorado que hizo cuarto.

El día del aniversario del Rey de los Toreros, en nombre de Gallito había que ir a la plaza. A su plaza, porque es suya, y —como debería sonar en todos y cada uno de los paseíllos venteños y no esa especie de comparsilla de chichinabo— sonó el pasodoble de los Gallo tras el minuto de silencio que algún despistado se encargó de acortar. En lo ganadero fue potable la corrida, con tres toros interesantes (2º, 4º y 6º).

Ese sexto, un toro enorme, altísimo, fue un toro fiero, fiero quizá por faltarle fuerza, demostró ya de salida una embestida a la defensiva. Fue un manso con emoción. Y le tocó a un Tomás Rufo que estuvo francamente bien con él. Serio, cuajado, firme con el animal, sacó naturales de una calidad superior de un auténtico marmolillo. Desgraciadamente la faena no llegó a la gente como llegó la muy facilita y sosa del 3º.

La Quinta trajo a Madrid un encierro de una belleza tremenda a excepción del sexto toro, que estaba atacado de kilos. El primero, al que Perera sacó una tanda de naturales en los chiqueros muy buena, fue un toro asaltillado muy noblote que acabó rajado. El tercero fue un toro flojo, una lástima, pero con una embestida que, de haber podido mantenerse con fuerza, podría haber sido un buen toro. La guinda la pusieron 4º y 5º. Vidriero, el nº46, hizo tercero y fue un toro encastado, de consagración, bravo y entregado al que sólo le faltó mejorar la pelea en varas —aún siendo el de mejor nota de la tarde en el caballo—. Fue pronto, repetidor, noble pero sin ser la tonta del bote, toda la faena a más y embistiendo al paso. Perera lo acompañó, sin más, aunque estuvo con él y más serio de lo que suele ser habitual en su toreo, sacando diez o doce pases buenos. Periquito, nº50, que a tantos nos enamoró por la mañana en los corrales con sus nada acusados 543 kilos de peso, fue sin duda el toro que más brilló. Era un dije, una belleza, era un Pablo Romero pero con el hierro santacolomeño de La Quinta. Y fue tan bonito por dentro como por fuera: encastado, con peligro, embistiendo al galope, y revolviéndose. Repetía y repetía el toro hasta la saciedad, y se encontró delante a un magnífico Emilio de Justo que, aún estado muy bien, estuvo por debajo del toro. Aún así, por el pitón izquierdo hubo momentos de extraordinaria belleza.

Rematando este cuarteto de corridas asistí en muy buena compañía a la miurada del Domingo 19. Y fue eso: una miurada, excelentemente presentada, que además estuvo bien repartida en los tres lotes. El de Rafaelillo fue masacrado de mala manera en el caballo, pero el 4º toro tenia candela dentro. Aún así le pegó un estoconazo a ese toro. Juan de Castilla tuvo el lote más noble después de matar la concurso de Vic por la mañana, y estuvo hecho un tío. Y no sólo eso, sino que además toreó con gusto, con temple, y dejó los mejores naturales que llevamos en la feria. Como digo fue su lote el más noble, especialmente el segundo que se fue viniendo arriba y acabó humillando y entregado. El quinto, en tranco de Murube, acabó por regalarle diez o doce buenas embestidas. Nos queda hablar del lote de Colombo: el lote bravo. Halconero, n.º77, con 573 kilos, fue un toro bravo. Humilló, tuvo recorrido, fue pronto en
la media distancia y codicioso. Fue en definitiva un buen toro. Mientras Escandaloso, nº85 de 637 kilos, con estampa de toro antiguo, largo, alto, agalgado, fino, un poco ensillado, fue un toro de nota. A más en el caballo y a más en la muleta. Pronto, repetidor, pidiendo sitio y hasta con clase, pudo ser un toro de triunfo grande si hubiera tenido enfrente una muleta de mando y poder con la capacidad suficiente para corregirle el tornillazo final que pegaba al salir del muletazo. Colombo, superado por ambos toros de su lote, dejó a destacar dos pares de banderillas —el último a cada uno de sus toros— y su disposición, pero nada más.

En fin, que ya hemos vuelto a San Isidro, un año más, y qué bonito es vivir el serial taurino con la cabeza y con la pasión que permiten ver bien los detalles de cada tarde. San Isidro ¡Qué bonito eres!

A. M. M.

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