Carmen, cigarrera de Sevilla. Carmen la de España, la del fuego en las pestañas. Carmen la de Bizet, y la de los ojos negros como dos redondas medias verónicas que encierran dos perlas brillantes. Rompe el paseíllo, y suena la marcha de los “toreadores”. Tres Escamillos pisan la arena: Morante, Manzanares y Ortega. Una corrida de Cuvillo, festejo de San Fernando en Aranjuez, ambiente en la plaza, ambiente en el pueblo, ambiente en el palacio –otra obra magnífica de Juan de Herrera–. Parece que todo el mundo giraba alrededor de Aranjuez el domingo, otra vez, tras siglos de que los monarcas españoles dejasen este particular coto de caza.
Toros de Cuvillo bien presentados para plaza de segunda, armónicos, sospechosamente romos de pitones –maldita lacra del afeitado…–. El segundo fue una pintura de toro ensabanado, muy parecido a Atrevido de Osborne, y de gran bravura también. Morante de La Puebla –de verde botella y oro, muy bien vestido como siempre–, José María Manzanares –de azul marino y oro, muy elegante– y Juan Ortega –de verde manzana y oro, muy bonito también–.
Morante nos deleitó con otras dos obras magnas del toreo. En el primero lidiando con un toro complicado, derrotón a media altura por flojo y que se fue parando, estuvo sublime sabiendo medir las distancias del toro. Firme, serio, sacándoselos de uno en uno, por momentos nos recordó también a
Antoñete dándole distancia al toro en los primeros compases de la faena. Empezó sentado en el estribo, muy torero, por ayudados por alto. Ligó por derechazos alguna tanda también, pero lo mejor fueron los naturales que pudo sacar de uno en uno, templando al hilo del pitón, con el toro parado y aguantándole las tarascadas que tiraba a medio muletazo si le exigía más de la cuenta. Después de cambiar a la espada de matar le pega una tanda por el derecho ajustadísima, el dominio sobre el toro es total. Le toca un pitón. Estocada entera traserita. Oreja. El cuarto de la tarde fue otro cantar. Lo recibe Morante en Chiqueros por verónicas engarzadas con chicuelinas, y cierra una serpentina deslumbrante. ¡Qué torera es la
serpentina y qué poco vemos interpretarla! –y menos aún tan ortodoxamente–. Hace el quite por verónicas, a cual más ajustada, y lo remata con esa media rotunda, ceñida, torera, que nos recordaba a los ojos de Carmen, la cigarrera de Sevilla. Se perfila Morante junto a las tablas con la montera calada y la muleta en la izquierda doblada. ¡El cartucho del pescao! Los talones juntos, el toro tardea, lo llama con un pisotón. Sigue encelado con los banderilleros en el burladero. Repite la jugada: adelanta la pierna derecha, pisotea el suelo ¡Ha! Y se le viene el toro algo vencido, despidiéndolo hacia fuera rematando pases naturales por alto. Una trincherilla de cartel, los brazos pegados al cuerpo, y se queda en la cara
del toro con la muleta recogida. Suena Rubores, el pasodoble con el que cortó el rabo en Sevilla. Serie por la izquierda muy templada, naturales con cadencia de martinete. La plaza ya era una fragua, y el maestro cantaba al ritmo que su martillo pegaba en el yunque. Ayudados por alto en los medios, ahormando al toro, doblegándolo, permitiéndole ese derrote final que lo vaya rompiendo. Muleta en la mano derecha, dándole sitio, hondo, templado y muy ceñido. Llega el desplante, y coloca la montera sobre el pitón izquierdo del toro ¡Torero, torero! Gracia torera por todos lados. Es hora de rubricar la cuajada obra de arte. Cuadra al toro en el tercio del 4, lo cita a recibir y el toro tardea. Cita de nuevo y se arranca, muy despacio le marca los tiempos de la suerte: palillo al morro, vuelos que llevan dominado al toro, un paso al lado gracioso, al límite del pitón del toro, y hunde la espada hasta la cruz. Entera un pelo desprendida. Una faena de auténtico sabio del toreo con escaso premio. Dos orejas, que supieron a
poco tras de semejante maravilla.
José María Manzanares parece que se ha reencontrado consigo mismo, y lo vimos como hacía años no lo veíamos. Serio, ajustándose por momentos, parando los pies. Es decir: toreando, que no es lo mismo que pegar pases, y aunque estuvo por debajo de su primer toro estuvo muy bien, y mejor aún en su segundo. Ese primer toro suyo, Juguetón, nº80, ensabanado mosqueado, botinero, bocinegro y caricárdeno, era un dije. Un toro bien hecho: aleonado como son los toros de estampa imponente pero que fue descolgando durante la lidia, capachito de pitones pero bien puesto. En varas de nota, a falta de verlo dos o tres veces más en el caballo, pero el puyazo –caído, trasero y francamente desmedido– que tomó lo tomó apretando abajo y recargando bajo el peto. El bravo animalito llegó con ganas de pelea a la muleta, con la cabeza alta y la boca cerrada, que fue abriendo por momentos para tomar resuello. Manzanares empezó con él cuidándole, dejándole respirar y sacándolo a media altura. Le vino bien a Juguetón, que se vino arriba y empezó a meter la cara humillando y con celo en la siguiente tanda, por el pitón derecho, donde Manzanares se ciñó al ensabanado a la barriga y lo templó con mucho gusto. Suena Ópera Flamenca. El toro, de la codicia con la que embestía, lo desarma en un momento en que Manzanares se queda muy quieto. Repite encastado a la muleta del alicantino ¡Qué toro! Pronto en la distancia, exigiendo a Manzanares que lo cite al hilo del pitón. Estuvo por encima del matador en todo momento, y aún así éste no se vino abajo y estuvo muy bien. Estocada entera, trasera y desprendida. Oreja. El quinto fue otro cantar, un toro más manejable por el torero, noble y bonachón. Manzanares, firme, consigue que le repita el toro tirando de él y cruzándose. A más la faena, le baja la mano y lo hace humillar, se lo ciñe,
toro para cortarle las dos orejas. Pinchazo arriba sin soltar y estocada entera contraria. Oreja.
Juan Ortega para lo que nos tiene acostumbrados fue punto y aparte. Un animal el tercero que permitió a Ortega cuajarlo con el capote en un extraordinario quite por gaoneras muy ceñidas cargando la suerte. Inicio de faena catedralicio de Ortega: templado, con gusto y hondo. Suena la música. Toro repetidor, pronto y colaborador. Extraordinario el temple de Ortega, rozando la maravilla por derechazos. Final de faena monumental, rodilla en tierra por ayudados por alto. Pinchazo y estocada entera, trasera, caída y tendida. Oreja. Por otro lado, el despropósito en el sexto fue vergonzoso. Cuajó el toro con el capote también, recibiéndolo con un farol de rodillas y una tanda de verónicas. Quite por chicuelinas, templadas
pero francamente vulgares, le hemos visto a mejor nivel ejecutándolas. Turno de muleta ante el toro que se va parando, venido a menos pero colaborador. Brinda a El Juli, y empieza la faena cayéndose el toro, tiene que llevarlo muy medido. Le pega uno de cartel por la derecha. Suena Caridad del Guadalquivir, una marcha de paso, horterada similar a cuando Ponce pedía que le tocasen La Misión de Ennio Morricone. Cada cosa tiene su ocasión y mezclarlas, aunque estéticamente sea bello, es de un gusto pésimo en tanto que degrada el significado de torear y de la propia marcha. Total, que prosigue Ortega por la derecha… Muy templado, colocado en su sitio por lo general, alcanza momentos de una belleza sublime por el pitón derecho ¡Hay que ver lo que le cuesta a este hombre entregarse a torear y arrebatarse! Pero mantuvo bien al toro, que era una mona tardeando pero yendo de largo, además de revoltosito por la falta de fuerzas, y le sacó un pase de pecho arrodillado que fue extraordinario. Por encima de él todo el
rato Juan Ortega, y acabó pegándole una tanda por ayudados por alto y derechazos de un ajuste tremendo. Estocada algo trasera pero entera, volapié regular. El toro cae rodado. Y aquí llega la locura, esto de que todo el mundo quiera verlo todo siempre es un problema. Dos orejas y rabo, excesivo el rabo como poco, aunque en mi opinión con cortarle la oreja iba que le bastaba, y por si fuera poco cachondeo el presidente –a petición de un público que debe hacer décadas que no ve un toro en condiciones– saca
el pañuelo azul y le da la vuelta al ruedo al toro. En fin, una vergüenza. ¡Qué manera de reventar una tarde que había sido perfecta en cuanto a premios!
Permitidme parafrasear a Bizet cuando, en boca de Carmen, canta: L’amour est un oiseau rebelle. No sólo el amor, también el toreo –que en cierta manera se parece al amor–. Unas veces está aquí, otras está allá, y qué raro es ver torear a buen nivel a tres toreros la misma tarde, más aún con una ganadería que de casta anda muy limitada. Cómo disfrutamos en Aranjuez los que fuimos, pese a que hicieron todo lo posible por nublarnos la vista. Sólo nos queda ya esperar a que llegue el día 8 para volver a ver al genio, que es el que nos queda, o quizá este Jueves 5 si Manzanares decide revalidar con Jandilla en Madrid lo que nos enseñó en la bella Aranjuez.
~ A. M. M.