No cabrá en una columna como la que escribo un comentario lo suficientemente completo, y que dé la dimensión necesaria, para describir lo que vimos ayer en Las Ventas. Tampoco pretendo hacer una simple
descripción de ello, los asuntos que atañen al corazón, en este caso los que atañen a la forma de celebrar a un toro, sólo pueden expresarse –y a veces ni por esas– mediante poesía. Mediante la poesía verdadera del toreo, la que concentra la épica, la estética, la entrega y la capacidad de tensionar las almas como arcos dispuestos para el disparo. Igual peco de cursi, les ruego que me disculpen, pero hoy no escribo con la cabeza sino con el corazón porque hoy vengo a hablarles de un toro bravo: Brigadier, nº2,
colorado ojo de perdiz y bocidorado, de 667 kilos de la ganadería Pedraza de Yeltes.
1. AMAR
Dejó dicho Belmonte que se torea como se juega y como se sueña. En realidad, se torea como se ama pues para amar, para amar de verdad, debe uno olvidar el temor de la muerte. En definitiva, toda cobardía nace de no saber amar o de no saber amar bien. Embestir, para los toros, debe ser algo muy similar. Se embiste como se ama, como puede amar un toro bueno. Por eso los sementales son sementales, por eso los mansos no conocen las vacas. Porque para embestir bien, un toro debe olvidar la
muerte cierta que le espera y que, si es cierto que su entendimiento le permite adelantarse en el tiempo elucubrando, seguramente barrunta. La huele, huele el dulzor de la sangre, escucha la muerte desde la oscuridad del chiquero, la intuye. Pero para embestir entregado, siendo un toro de casta y bravo, debe olvidarse de ella y amar, aunque sea a su buen entender, la lucha contra el hombre y su engaño. Amarla de forma valiente, esto es, amarla de veras y sin reparos ahogando en cada una de las embestidas, humillada y codiciosa, el temor que en la mayoría de los demás toros infunde el solo hecho de combatir: toros huidos, reservones, defensivos, que tiran cornadas al aire cuando pasan. Amante generoso, el toro debe entregarse sin reparo, y hundirse si hace falta en el corazón el estoque del miedo que a alguno llega a paralizar. No existen medias tintas, es un todo a carta cabal que debe desarrollarse de principio a fin de la lidia, si no yendo a más, al menos manteniéndose constante. Amando, el toro bravo embiste por derecho. Amando embestida a embestida, y en la misma proporción a como el torero debe amarlo:
desarrollando, durante toda la lidia, una disposición a la altura del toro, dándole lo que pide igual que él se da al matador para su gloria. Ese es el núcleo del rito sacrificial del toreo: que cuando el toro es verdaderamente bravo y el torero es capaz de amarlo de forma generosa permitiendo también la expresión de esa bravura, el triunfo es compartido. Nada se ha escrito de los cobardes, y Brigadier fue un amante de primera.
2. SUPERACIÓN
Piedra tras piedra, golpe tras golpe. Desarrollarse como valor de ese amor del que antes hablábamos y elevarlo hasta el paroxismo frente a las calamidades que, entre unos y otros, nos lanza el transcurso de los acontecimientos. Y ahí está el quid de la cuestión, y de la bravura a rasgos generales: crecerse. Crecerse ante el castigo real o psicológico, poderle como a los toros bravos tras doblarse con él –o, en el ser humano, asumirlo–. Tomarlo con alegría y gracia hasta verlo superado, haciendo de él un acicate para amar. “¡Ponlo de largo!” Que este toro bien merece un castillo que lo pare, un cortijo que le tenga como rey en su dehesa. Y hasta tres veces se derramó la sangre de Brigadier sobre Las Ventas haciendo gala de un rojo vivo de fuego.
Hundido en el desierto del peto, nuestro toro se creció. Se creció como ninguno, con sus fallos porque nadie es perfecto, pero fue a más y recargó como aún no habíamos visto en esta temporada que está siendo grande de toros. Primer puyazo desde la segunda raya, segundo desde el tercio, el tercero desde los mismos medios. Un huracán en ese tercer puyazo. Una tempestad de pitones amenazaba a caballo y caballero con volverles insignificantes, con echarlos del ruedo dirección al Puente de Ventas. Pero hete ahí la grandeza de un buen picador cuando decide serlo. Borja Lorente, noble y pausado, le hizo la suerte en sus tiempos y por derecho, poniendo sus puyazos en la cruz de Brigadier. Y cuando en el segundo puyazo, porque somos humanos, cayó la vara caída levantó cuando debía y marcó simplemente arriba sin barrenar ni castigar por demás al toro que, al cabo, nunca tiene la culpa de lo malo que pueda ser un picador o la mala suerte que tenga. Brigadier hizo del peto su feudo y aguantó peleando buen rato en los tres puyazos, pero sin dormirse. Brigadier fue un toro extremadamente bravo en el caballo.
1. DE PODER A PODER
También en banderillas fue superior, como superior fue la cuadrilla de Isaac Fonseca: a la brega Raúl Ruiz, con los palos: Juan Carlos Rey y Jesús Robledo “Tito”. Ni un capotazo de más, ni una pasada en falso. Pares de poder a poder, clavando sobre los pies y asomándose al balcón. Ni un borrón en el historial. Igualmente, Brigadier se dió por completo a ellos en un prólogo de lo que luego sería su comportamiento en la muleta: todo de poder a poder.
Porque, ahora sí, la lucha del toro ante el engaño diremos que fue completa. Lo fue todo, y todo lo tuvo en los dos pitones. La hondura en la embestida, humillando sus 667 kilos frente al trapo rojo, descolgando desde las alturas los dos pitones de caramelo que amenazaban a Isaac Fonseca a cada rato. La codicia del toro, una codicia buena, limpia de usura, lo hacía querer comerse la muleta en cada embestida. De largo lo recibió Fonseca arrodillado en los medios, amando tanto al toro como el toro se derrochó a la embestida. Y nos descubrió en ese momento la pelea de un animal que prometía lo que luego fue: un toro extraordinario. Yendo a más, creciéndose, amando desmedidamente en cada embestida, Brigadier acudía pronto al cite con una casta desbordante que bien valía la inversión de sacarle semen post mortem. Y no se cansó hasta que Fonseca, en el único fallo que tuvo, se metió entre los pitones de Brigadier ahogando la alegría de su arrancada de largo sin dejarle coger fuelle. Pero qué gran toro, qué suerte tuvimos. Al final, Fonseca aturullado por la emoción del momento y viéndose con el triunfo en la mano, se equivocó matando y acabó con Brigadier de un estoconazo después de una media estocada caída que sacó según entró.
3. GRACIAS
Y al doblar las manos, Brigadier se nos acababa. No queríamos admitirlo, pero se nos acababa. Ese toro ya no viviría más que en el recuerdo de los que estuvimos en la plaza. Y los tendidos se cubrieron de pañuelos blancos.
Pitidos, silbidos, voces… reclamaban la oreja para Fonseca que al final fue concedida. Y mientras los demás guardaban esos pañuelos, la otra mitad de la plaza pedíamos la vuelta al ruedo al toro por bravo, por extraordinario, por ser un toro completo como pocos. Le costó al señor presidente sacar el pañuelo azul, pero lo sacó, y entre una ovación cerrada el cuerpo de Brigadier dió una vuelta al ruedo arrastrado por las mulillas recibiendo honores propios de un jefe de estado.
Gloria tendrá por siempre Brigadier, ese toro colorado salmantino que se nos entregó para nuestro disfrute un día de mayo de 2025. Gloria pedía, y gloria estoy seguro de que ha encontrado. Porque, igual que para los hombres, los animales buenos deben tener también su paraíso que les premie por lo que han sido: un derroche de cualidades. Gracias Brigadier, gracias.
~ R. A. M. M.