De feria en feria y tiro porque me toca: Abril en Sevilla, feria de la Comunidad y Feria de San Isidro en Madrid solapadas con festejos en la ciudad del Guadalquivir. Desde luego, en Serva la Bari parece que algo han visto –A Morante, a Borja Jiménez, a Aguado– y se han guardado en la medida de lo posible del triunfalismo enfermizo que contagia nuestras plazas. Por nuestra parte, en la capital del reino, ya ha llegado San Isidro. Y algunos ya estamos deseando que se vaya. Puros y toros, y ginebras, y rones, y whiskies. Y música atronadora, si es que eso es música. Luces rosas inundan las terrazas al término de la corrida, y me cuesta creer que semejante ruido lo disfruten demasiado los toros que intentan descansar en los corrales y que se lidiarán hoy –y mañana, y pasado–. No sé si hasta la una, las dos o las tres, pero –manda narices– tienen que soportar la matraca a la que: cayetanitos, borrachos y oportunistas del hedonismo en general les obligan. Hasta para ser toro hay que tener suerte.
otal: primera de feria. Toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés para Alejandro Talavante –caña y oro. Feísimo, el traje–, Juan Ortega –nazareno y oro– y Clemente –tabaco y oro muy cargado, precioso– que
confirmaba alternativa. Petardazo ganadero, maquillado por la movilidad de un toro, pero petardazo. Desde la “p” hasta la “o”, sin paliativos. La mansedumbre y la falta de casta han sido la tónica general de la corrida de ayer. Eso sí, la presentación imponente: grandes, hondos, cornalones y con peso. Unos “bufalacos” vaya, vale más cualquier raspa que salga tirando bocados que esto. A destacar también la falta de fuerzas, en general acusada por toda la corrida, sin llegar a ser galopante como en otros hierros.
La nota buena de la tarde la puso Clemente, el confirmante francés que –cosa rara– parece que sabe bien por dónde se cogen muleta y capote. Con su primer toro: valiente y artista, al cincuenta por ciento. Una faena vibrante, de gusto y al tiempo de bragueta, haciendo valer los galones nuevos de su oro frente a un animal tan repetidor como revoltoso y “derrotón”. Cogida fea pero limpia de cornadas. Hubo un instante en que el toro dudó si pasar mirando al matador con la cara por las nubes, aguantó éste y le sacó un derechazo extraordinario. Bajonazo trasero y bajonazo tras aviso. Con el sexto, un toro parado, reservón y protestón, no tuvo opciones de hacer nada. Media estocada arriba y cinco descabellos tras aviso.
Juan Ortega en su línea: sin opciones. Aunque es cierto que el inicio de faena al tercer toro de la tarde fue de un gusto exquisito, Ortega sigue siendo el aparejador del toreo. Parece todo medido y premeditado, unos planos esperando a ser firmados por el arquitecto. Le falta la naturalidad de aquel al que le nacen las cosas porque se le desborda el corazón, porque la naturalidad del que se preocupa por lo bello la tiene ya. Ni en su primero –pinchazo arriba y estocada delantera y desprendida tras aviso– ni en su
segundo –tres pinchazos, tres pinchazos hondos, otro pinchazo y tres descabellos– supo meterle mano a los animales con la espada de forma solvente. El plantel de pinchauvas que tenemos es para hacérselo mirar.
Y lo tremendo para el final. Talavante, que desde que ha echado la oposición a “malo malote” no hay quien lo aguante toreando, parece que se puso las pilas y se picó con Ortega en el tercer toro. A los quites cada cual mejor. Bien Talavante por verónicas, rematadas con una muy buena media y una serpentina mejor aún. Ortega por chicuelinas, más que manidas, pero rematadas con otra media extraordinaria. En el segundo de la tarde vulgar y pesado, el toro tampoco tenía nada, sólo pitones. Estocada desprendida. Con el cuarto llegaron las rebajas al Corte Inglés. Toro nulo en varas, sin emplearse, como mucho diremos que tenía la cara abajo, pero que en la muleta se destapó como Sor Misterio, una carmelita que perdonaba más que nada y se daba sin rechistar a los pobres. Recién salido
del convento, el pobre toro se vio ante una faena de Talavante irregular. Un canto al toreo accesorio, muy en la línea de Galván, pero que en lo fundamental fue escasa y nada rotunda. Cinco o seis naturales muy
buenos, ajustados, el resto de relleno. Abundantes trincherillas, cambios de mano, aturullamientos y falta de ideas. Y la gente, que brilla por su falta de cultura taurina, con él. Mata el toro de mala manera –estocada trasera y desprendida– y entre el paripé de los mulilleros, la cuadrilla estorbando, la gente pitando como si hubieran visto otra vez a Chicuelo con Corchaíto y la falta de criterio de la presidencia se vinieron encima dos orejas. Dos orejas que un servidor atestigua que fueron en Madrid, pero podría
haberlas cortado en la plaza portátil que montan en Las Matas –donde por cierto el otro día primero de Mayo vimos un poquito más de seriedad que en Las Ventas–. Es una vergüenza que en una plaza como Madrid, y además curiosamente, donde menos pañuelos blancos había era en las andanadas del 5, 6 y algo del 4, donde se concentra la mayoría de jóvenes. Vergüenza me daría haber pedido esa segunda oreja, porque una mal está si se mata tan mal, pero la segunda es el epítome de lo absurdo. Y luego, tras la bochornosa puerta grande, alguno comentaba el poco respeto al torero y lo destrozado que acababa el traje. No nos equivoquemos: los que piden esas orejas son los mismos que no respetan al torero cuando sale a hombros.
En fin, es que es llegar la feria y querer que se acabe. Y no será por ilusión, que los aficionados llevamos siempre el esportón lleno de ella, pero es que es tan difícil mantenerla… quiero acordarme ahora de unas letras que cantaba Paco Toronjo:
Van diciendo la verdad
los niños y los borrachos.
Y nadie les hace caso
porque a esa gente normal
la verdad le hace pedazos.
En este caso, en fin, ni niños ni borrachos. Todos mienten, que diría el Dr.
House.
R. A. M. M.