Un poco presuntuoso el título, pero todo tiene su significado. El pasado miércoles 19 unos amigos y yo nos desplazamos en el día a Valencia para ver la corrida del día grande de Fallas, y ya de paso empezar allí la temporada. Toros de La Quinta para Román –de grana y oro– y Borja Jiménez –de grosella y azabache– mano a mano. Sobresaliente fue Víctor Manuel Blázquez –de oliva y azabache, muy torero.
Valencia, con sus calles estrechas y edificios altos, rota por anchas avenidas al puro estilo de finales del siglo XIX, nos recibió calurosa con un espléndido día para variar de lo desapacible que viene siendo el mes de marzo. Entre petardos, fallas, mascletás y una visita a la Virgen de los Desamparados, se nos fue el tiempo hasta que se hicieron las cinco de la tarde, las terribles cinco de la tarde. Entonces, con S.M. en el tendido acompañado por Luis Francisco Esplá –asesor de lujo del monarca–, empezó lo que podemos resumir como una colección de toros bravos. Más o menos, así o asá, pero bravos, por eso los nombraré como merecen. El primero: Cocherito, nº87. Un toro pequeño pero con plaza, asaltillado, cárdeno, cuatreño por un mes pero serio, veleto y cornicorto. Recibió una cerrada ovación de salida por su presencia. En varas apretó en el primero, saliendo suelto y dolido en el segundo. Humilló en la muleta de Román que estuvo algo por debajo del toro, que pedía un toreo de reunión y se empeñó en despedir al animal linealmente. Noble hasta la saciedad, fue un toro al que podría haberle hecho de todo. Una estocada entera haciendo guardia y otra entera acabaron con el animal. Ovacionado el toro, saludó Román una ovación en el tercio por aquello de ser torero de la terreta. Farolillo, nº44, fino de cabos, bien armado, negro y degollado de papada, hizo segundo.
Empezó Borja Jiménez por unas verónicas desmayadas completamente que no llegó a rematar, ya que el toro embestía descompuesto tirando gañafones y se lo sacó a los medios lidiando hacia atrás como los mejores.
En varas se dolió un poco pero apretó, aunque con un solo pitón. En la muleta se vino arriba y le pidió el carné a Borja, buscándolo y teniendo éste que llevarlo absolutamente embebido en la muleta. Faena de mucho mando donde por momentos nos recordó al maestro Espartaco –aunque aún le falta templarse. Se cuadró a matar como se cuadra él: muy largo, llevando la mano izquierda colgando y sin torear, a matar o morir con la mano en el pecho –esto último como Dios manda–, y pasó lo que tenía que pasar. El toro hizo por él ya que no lo llevaba metido en las telas, lo cogió por el pecho y lo soltó en lo alto para volver a cogerlo y estamparlo contra el suelo y las tablas. La paliza fue tremenda y cuando lo llevaron a la
enfermería los banderilleros iba completamente blanco e ido. Nos temimos lo peor, pero a Dios gracias no pasó nada. Román se hizo cargo del toro, al cual pasaportó de una estocada entera tendida. En tercer lugar salió Rabanero, el nº40, un toro cárdeno muy bien armado, cornalón y acucharados los pitones, muy rematado, bajo, chato el hocico. Un dije que en el primer puyazo apretó pero se durmió en el segundo, y que fue a mejor en la muleta. Acabó embistiendo pronto al cite y humillando, excesivamente noble –tanto va el cántaro a la fuente…–, haciendo el avión por el pitón derecho. Fue el único que murió con la boca abierta. Corrió turno Román al no poder salir Borja a matar su toro. Salió el que iba a ser quinto –y desde luego que no hay quinto malo–, porque en cuarto turno salió un extraordinario toro: Pegajoso, nº83. Un toro largo, fino de piel y cabos, cárdeno claro, bien armado, de mirada viva, hocico de rata, lomitendido, de poco morrillo. 530 kilos de presencia tremenda con los cuatro años recién cumplidos y tres yerbas. Y con él se desató la tarde en cuanto a bravura, y lo que sólo pudimos intuir en sus hermanos en él se materializó. Un primer puyazo apretando protestón, y el segundo con las mismas ganas, quizá algo más dormido y levantando un poco más la cara.
Pivotaba ya en banderillas como los Miura, sobre las patas delanteras, y con esta forma de embestir derrochó su vida contra la muleta de Román.
Codicioso, tomaba cada muletazo como si fuera el que le devolviera al campo: humillando, haciendo el avión por ambos pitones, yendo siempre a más, embistiendo al galope y queriendo comerse a Román que no pudo con él. Un torrente de casta se le escapaba por la boca cuando, tragándose la muerte, aguantó en pie y altivo contra los hombres. Y murió como mueren los héroes en las leyendas: plantando cara, exigiendo batalla al enemigo pese a saberse vencido, y aún en el suelo, cuando el peón fue a darle el golpe de verduguillo, Pegajoso seguía con la boca cerrada intentando levantar la cabeza para herir a quien le hería. El honor de un toro bravo es morir en la plaza, es su sino como fue el de Hércules morir a manos de Deyanira. Qué gran toro. La ovación en el arrastre de su cuerpo fue ensordecedora, un toro de vuelta al ruedo. Esa es la verdad de la bravura: el poder, el plantarse ante el contrario y crecerse, no dejarse dominar, entregarse a la pelea de poder a poder. Pero el quinto, o sea, el cuarto tampoco fue desdeñable. Famoso, con su nº35 en el costillar, un toro armónico, recogido pero serio, fuerte, rematado, bajo y lomitendido fue otro toro de bravura inferior a la de Pegajoso pero notable, y algo más completo.
Protagonizó un tercio de varas tremendo, recargando en el peto en el primer puyazo y aún creciéndose, arrancándose de los medios, y tomando al caballo y a Puchano que puso dos varas prodigiosas y ejecutó la suerte de varas como hacía tiempo no veíamos, y que dió la vuelta al ruedo con la cuadrilla al cortar Román una oreja, que debería haberle invitado a darla con él, a su altura. En fin, Famoso fue un toro completo.
En la muleta codicioso pero más noble, humillador, a más todo el rato. De una estocada entera acabó Román con este gran toro que se tragó la muerte y también murió con la boca cerrada. Otro toro de nota que recibió los honores de la vuelta al ruedo póstuma. El sexto, Corujo, nº61, fue un manso huido, de estos toros que no paran quietos, duros y difíciles de dominar, que dejó en evidencia la tarde de Román, que pudo cortar 8 orejas y acabó paseando sólo 2 al no poder con los toros. En su disculpa cabe que se quedó todo en una repentina encerrona, pero un matador de su categoría debe estar preparado para ello. A destacar en este sexto toro, entra un quite extraordinario por chicuelinas templadísimas y ceñidas como pocas rematado con una media de escándalo de Víctor Manuel Blázquez, que si torea así con el capote bien merece una oportunidad en un día como el de la Virgen de la Paloma en Madrid. Caso aparte es el estado de los pitones de los toros, más que sospechoso, pero que no es el objeto de esta crónica.
Lo cierto es que la familia Conradi puede estar más que contenta. Fue un corridón de toros, con bravura a mansalva, en unos intuida, en otros en torrente. Sirva este reconocimiento como premio también por su gesto, heroico por otra parte, en la plaza de Sevilla de no dejarse pisar por un empresario, que ya está bien hombre.
En fin, que disfrutamos mucho en Valencia. De su ciudad, de su luz, de sus fallas, de su idiosincrasia y de su ambiente. También de la corrida de La Quinta y, aunque menos, del toreo de Borja Jiménez y algún destello de Román, y del grandioso quite de Blázquez. Prometemos volver siempre que podamos.
Por R. A. M. M