Murió Rafael de Paula. Y con él, se fue un modo de estar en el mundo. No sólo un torero, sino un artista irrepetible, un gitano de Santiago que convirtió el ruedo en templo, el capote en pincel, y la verónica en oración. Falleció este 2 de noviembre de 2025, a los 85 años, en su natal Jerez de la Frontera. Pero su duende, ese que no se aprende ni se enseña, sigue flotando en cada plaza donde alguna vez bordó el toreo.
Nacido Rafael Soto Moreno, su alternativa fue en Ronda en 1960, de manos de Julio Aparicio y con Antonio Ordóñez de testigo. Desde entonces, su paso por la tauromaquia fue el de un elegido: breve en número, inmenso en profundidad. No toreaba para las estadísticas, sino para la eternidad. Su toreo era lento, cadencioso, lleno de silencios que hablaban. Las verónicas de Paula no se contaban, se sentían. Y quien las vio, sabe que no hay palabras suficientes para describirlas.
Luis Domecq lo dijo con verdad: “Es el torero con más arte y hondura que ha habido. Todo lo que hacía tenía una torería y una pureza tremenda”. Porque Paula no toreaba con técnica, sino con alma. Su capote parecía tener memoria, y su figura, una melancolía antigua. Recibio muchos galardones y reconocimientos, Pero su mayor premio fue el respeto reverencial de los aficionados que entendían que el arte no siempre se explica, pero sí se reconoce.
Fue también apoderado de Morante de la Puebla, otro torero de inspiración, como si el duende se heredara por cercanía. Y aunque se retiró formalmente en el año 2000, nunca dejó de ser torero. Porque hay quienes lo son incluso sin traje de luces, sólo con la mirada, con el andar, con el silencio.
Rafael de Paula fue un torero de época, aunque él mismo dijera que no pudo serlo. Tal vez porque las épocas no lo merecieron. Su figura queda como un faro para quienes buscan en el toreo algo más que técnica: buscan belleza, misterio, verdad.
El cielo abre su Puerta Grande para recibir a una leyenda. Y en la plaza invisible donde torean los inmortales, Rafael de Paula ya está dando verónicas lentas, hondas, eternas.
Carlos Alexis Rivera

