En un mundo que durante siglos ha sido territorio casi exclusivo de los hombres, la irrupción de Olga Casado marca un antes y un después. La torera española no solo se abre paso en los carteles más prestigiosos, sino que lo hace con la autoridad de quien ha demostrado que su muleta y su capote son capaces de dialogar con la historia.
Su trayectoria reciente es un mapa de conquistas. El 9 de marzo de 2025, en la Feria de Olivenza (Badajoz), realizó su primer paseíllo como novillera con picadores y cortó una oreja. Meses después, el 12 de octubre en Las Ventas de Madrid, logró salir a hombros tras compartir cartel con Curro Vázquez, César Rincón, Enrique Ponce y Morante de la Puebla. Aquella tarde fue más que un triunfo: fue la confirmación de que la tauromaquia podía abrirse a una nueva voz femenina con categoría de figura.
Las cifras avalan su discurso: 18 actuaciones, 37 orejas y 2 rabos en la temporada española. Pero más allá de los números, lo que distingue a Casado es su estilo: elegancia, personalidad, facilidad y estética. Su toreo no es una copia ni una concesión, sino una propuesta propia que se inscribe en la tradición y la renueva. El salto a América ha multiplicado la expectación. En septiembre debutó en la Feria Taurina de Tovar (Venezuela), y en octubre brilló en la Feria de Latacunga (Ecuador), donde compartió puerta grande con Alejandro Talavante en una tarde histórica.
Ahora su nombre encabeza los grandes ciclos: el 14 de diciembre de 2025 en la Plaza de Toros Nuevo Progreso de Guadalajara (México); el 28 de diciembre en Cañaveralejo (Cali, Colombia) junto a Alejandro Talavante y Luis Bolívar ante los toros de Ernesto Gutiérrez; entre el 5 y el 11 de enero de 2026 en la Feria de Manizales (Colombia); y en Venezuela hará el paseíllo en la Feria de San Sebastián y la Feria del Sol, plazas donde la afición la espera como un símbolo de renovación.
La presencia de Olga Casado en estos escenarios no es solo un acontecimiento taurino: es un fenómeno cultural. La tauromaquia, tantas veces acusada de inmovilismo, se enfrenta a la evidencia de que una mujer puede ocupar el sitio más alto del escalafón. Y no por concesión, sino por mérito.
En este punto, resulta inevitable recordar a Cristina Sánchez, pionera que abrió la puerta en los años noventa, y a Mari Paz Vega, que resistió durante casi tres décadas en los ruedos de España y América. Ambas demostraron que la mujer podía estar en el centro del espectáculo, aunque el sistema no terminara de aceptarlo. Olga Casado recoge ese legado y lo transforma en revolución: no pide permiso, se gana el sitio con faenas hondas, templadas y verdaderas.
En cada paseíllo, Casado no solo se juega el triunfo: se juega la posibilidad de reescribir la historia. Su muleta es un manifiesto, su capote una declaración de principios. La pregunta ya no es si podrá llegar a ser la mejor torera del mundo. La pregunta es si estamos preparados para aceptar que el futuro del toreo puede tener rostro de mujer.
Carlos Alexis Rivera

